Muchas veces mi mamá me preguntó si la quería más a ella o a mi papá. Ante el planteo, yo reía despreocupadamente e ignoraba el comentario, o cambiaba de tema. Pobre, yo sé que siempre la carcomió la pregunta de por qué esos sentimientos, si ella siempre hizo lo mejor que pudo y mi papá parecía mandarse cagada tras cagada. El problema radica en lo sustancialmente diferente que es ella de nosotros dos, lo que la lleva a no comprender nuestras necesidades (no la culpo, yo misma no lo hago) y creer que nos está haciendo un bien con cosas que no nos interesan o hasta nos exasperan. No sé como hace, pero al final me termina lastimando más ella que los que en sí causan los problemas, ya sea con sus comentarios, con sus gritos o su simple incomprensión de mi mundo. Me vienen a la mente varios recuerdos, quizás estúpidos pero que fueron delineando nuestra relación.
Cómo olvidar aquellas noches en las que no podía dormir y lloraba silenciosamente. No, no era insomnio. Eran los gritos de mi mamá. Esos gritos que aturdían, esos gritos que se metían en mi cerebro y no me dejaban pensar, esos gritos que no me permitían dormir. Y nunca se dio cuenta de que no sirve de nada gritarle a alguien cuando está borracho o drogado, porque no entiende planteos ni reprimendas en ese estado.
O esa vez que encontré una bolsita de plástico en la mesa. Ella prácticamente me la arrancó de las manos y comenzó a preguntarle a mi papá si no le daba vergüenza, que cómo podía permitir que su hija viera eso y otras cosas de la misma índole con ese tono de exageración propio de su carácter. Luego tiró la bolsita en la basura, y yo la recuperé mientras nadie me veía. Me acuerdo de mí misma mirando la bolsita sin llegar a comprender por qué había tanto enojo en sus palabras. Varios años más tarde me di cuenta de que eso, era una bolsita de cocaína.
Siempre escandalizando todo esa mujer, nunca sabía qué hacer y parecía elegir siempre el camino que peores consecuencias le traía. Claro ejemplo, esa vez que escribió la pared del cuarto matrimonial con mensajes ofensivos hacia su esposo, ya que estaba enojada porque era tarde y él no llegaba (cosa que tampoco era demasiado rara; ha llegado ha desaparecer por varios días). No recuerdo con exactitud qué había escrito, sé que estaban en el mensaje las palabras "borracho" y "puto". De hecho hasta recuerdo verla a ella pensando qué palabras podrían ofenderlo más. No es muy complicado imaginarse en qué termino la escena: mi mamá recibiendo una golpiza como siempre, mi papá enojado, y yo ahí, viendo cómo mi mamá era obligada a limpiar la pared con un trapo mientras lloraba desconsoladamente. Por supuesto que no se borraron del todo las letras, quedaron así durante bastante tiempo, hasta que mi papá decidió darle una mano de pintura al cuarto.
¿Se entenderá ahora por qué mi afecto repartido en forma extraña? A veces las circunstancias trauman más que el hecho mismo. Eso explicaría por qué mi enojo con uno, pero quizás no el afecto con el otro. Pero eso es algo del ser humano, la afinidad, qué se yo. Paso a explicar.
Cada vez que lloraba, mi papá se daba cuenta. Cuando me retaba por algo, sabía exactamente lo que había hecho o dejado de hacer. Mi mamá siempre fue incoherente para esas cosas, algo que me molesta demasiado. Digamos que es una persona que se basa más en el ánimo de ella que en lo que necesita el otro.
En fin, él era el que se levantaba temprano para llevarme al colegio (no siempre, pero tampoco tenía por qué hacerlo ningún día, ya que yo podía ir sola). Mi mamá me decía "ni te pienses que me voy a levantar a esa hora" o le echaba la culpa a algo más. Es más, aprendí a usar el colectivo sola en séptimo grado, cuando mi papá entró a la clínica de rehabilitación y mi mamá me dijo "yo no te pienso llevar, así que te tomás el colectivo". También recuerdo que lloré porque no me acompañó ni siquiera la primera vez y no estaba segura de dónde bajarme. Tuve que caminar como diez cuadras para llegar al colegio.
También era mi papá el que de vez en cuando me levantaba con el desayuno preparado, con huevo y tocino, como nos gusta a nosotros. Después mirábamos algún documental o hablábamos sobre algún acontecimiento raro del diario. Mi mamá nunca hacía algo así. Lo único que me hacía ella eran los capelettinis de giacomo, que me a mí me encantan. Pero sólo los hacía cuando estaba enferma (una de las razones por las cuales a mí tanto me gustaba enfermarme). Una vez que estaba triste y quería comerlos, la desperté y le pregunté si podía cocinar eso a la noche. Me mandó a la mierda porque se había peleado con mi papá la noche anterior. Y qué culpa tenía yo.
Situaciones similares podría nombrar bastantes, pero no es algo que quiera hacer ahora. Sin embargo, hay algo en especial que recuerdo. Mi papá una vez compró un par de paquetes de estrellitas que se pegan en el techo y paredes de la habitación y brillan en la oscuridad. Las pegó en el techo de mi cuarto y yo las contemplaba todas las noches. Siempre me gustaron esas cosas.
Años más tarde, yo me mudé, mi prima compró esa casa, etc. Lo importante es que mi papá no tenía dónde vivir, y como sobraban habitaciones, se quedó con mi prima. Un día me llamó y me dijo "no pude dormir en tu cuarto". Le pregunté por qué y me respondió. "Cuando apagué las luces, se empezaron a ver las estrellas que te compré. Pensé en lo mal padre que fui y lloré toda la noche".
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