Es demasiado difícil encontrar un método terapéutico eficaz para cada uno de los habitantes de este mundo. Qué se yo, a mí no me parece tan alocado que un hombre se haga asesino serial y mate a todas las mujeres que encuentra parecidas a su mamá porque la odió toda su vida. Podríamos decir que es su terapia, es lo que le hace bien. Ya sé, ya sé, uno no puede sentirse bien haciendo semejantes atrocidades, está enfermo, tiene problemas mentales, sí, sí, como sea.
La cabeza es lo más jodido de nuestro cuerpo. Convencida estoy de que cualquier enfermedad de salud, por más terrible que sea, no le llega ni a los talones a las enfermedades mentales. Perdónenme si esta afirmación les parece arriesgada o descabellada, pero es más fácil que un paciente que ha sufrido cáncer se recupere a que aquel que tiene un trastorno cerebral grave lo haga. ¿Por qué? Alguien a quien se le diagnostica cáncer no tiene que hacer nada. Es obvio que no era algo previsto, y por ende desea seguir viviendo. Pero digamos, tiene que cumplir con el tratamiento, ingerir las medicinas y depositar todas sus esperanzas en que todo saldrá bien. Para curarse de una enfermedad mental (más allá de que se necesiten medicamentos que acompañen el tratamiento) uno tiene que querer hacerlo. Y simplemente eso, te puede llevar la vida.
La respuesta de la mayor parte de la gente es simple "andá a un psicólogo". Ojalá fuera tan fácil. Cada persona es un mundo, y el especialista que te atiende tiene que saber cómo llegar hasta él. Sin contar que hay miles de métodos diferentes, con las variaciones de cada escuela y pensador y probarlas todas sería una locura. En fin, la reacción de cada persona frente a los terapeutas es diferente, y yo solo puedo hablar de la mía.
Estuve en el despacho de dos psicólogos, una psicopedagoga y un psiquiatra. ¿Por qué empecé a ir? Mi mamá me mandó. Ella me había visto unos cortes, y en seguida me sacó un turno para una psicóloga. Creo que eso fue una de las cosas más contraproducentes al inicio de mi tratamiento, porque yo definitivamente no tenía ningún interés en ir.
Así conocí a mi primera psicóloga, una que trabajaba en el Hospital Güemes (leáse, la que cubría la obra social y por ende, era gratis). Me caía demasiado mal, probablemente por la mala predisposición con la que fui. Cada palabra que pronunciaba me hacía odiarla, la consideraba una total idiota. Sentía que era una de esas minas que se había graduado y recién estaba empezando a ejercer el título, por lo que no tenía idea de cómo tratar a su paciente. Verla a ella activó (qué raro...) mi instinto de superioridad. Simplemente, creía que yo era mejor de ella, y que estar en esa oficina era un desperdicio. Imagínense lo que era mi cabeza, para empezar a cortarme antes de cada sesión, solamente para poder pensar "mirá, estoy cortada y vos no tenés idea, sos una idiota" mientras la veía hablarme. No me costó demasiado hacer que me soltara, a los dos meses ya había finalizado mi ciclo y ella creyó que no necesitaba otro.
Por supuesto que para mí todo eso había sido absurdo y me sentía exactamente igual que como había entrado. Un tiempo después, mi mamá vio unos folletos en una puerta que está sobre la misma calle que mi casa, resultó ser la dirección de un psicólogo. Me dijo que me había sacado un turno, que me haría bien ir. Cuando vi la fachada, ya me imaginé que iba a ser cualquier cosa, y que un par de las cosas que más habían influido en la decisión de mandarme allí eran: podía ir sola sin ningún problema y salía barato. La primera sesión mi mamá tuvo que quedarse adentro y el nuevo psicólogo, Pablo, comenzó con sus charlas. Al principio parecía un tipo copado, alguien que decía cosas bastante lógicas. Había cosas de su método que eran productivas, y muchas de las que hoy en día sigo recordando. Pero con el tiempo me empezó a aburrir, y creí que el que estaba un poco loco era él, no yo. Para mí que era seguidor de Freud igualmente, todo lo que le decía tenía siempre algo que ver con la sexualidad. En fin, le dije que no quería hacer más terapia y dejé de ir. Un par de veces me lo crucé por la calle y me obligó a entrar a su consultorio y contarle qué era de mi vida. Pobre, qué se yo.
Mi último intento de terapia fue con mi psiquiatra (no cuento a la psicopedagoga porque no era algo permanente y se superpuso a esto). Al principio prácticamente no me habló, me hizo montones de tests. Cuando me empezó a hablar me cayó realmente bien, y sentí que comprendía bastante mis gustos. Siempre me decía que mi grupo era "intelectual" y me recomendaba libros y obras de teatro, aunque me dijo que dejara de leer a Dostoievski porque me iba a deprimir más (en eso obviamente nunca le hice caso). Me hizo varias preguntas, a las que yo no podía responder. Una vez me dijo "¿Qué es la realidad?". Aún me acuerdo de mi respuesta "Yo sé qué es lo que usted quiere que le responda, pero realmente no lo creo." Le dije lo que yo sabía que quería escuchar ("La realidad es todo aquello que es percibido de la misma forma por las personas que viven") pero le expliqué mi disconformidad con la frase. Me dijo que esa era justamente la definición que debería dar, que aunque yo no lo creyera, eso era la realidad. Ahora que lo pienso, fue una respuesta medio esquizofrénica. Igual que todas mis afirmaciones de que querían controlar mi cerebro (sí, suena loco). Tal vez por eso me empezó a medicar con antipsicóticos. Además, me explicó que tenía una disposición genética general, y por eso había casos de depresión y suicido en mi familia. Y que lo demás se aprende, o se genera a partir de las vivencias personales. Una vez me dijo "Sinceramente no puedo culparte, razones para deprimirte tenés de sobra". Qué triste. En fin, después de casi un año, terminé mi tratamiento. Me advirtió que podría tener recaídas y todo eso. Pero bueno, concluyó de manera pacífica.Y quién sabe cuándo volveré.
Las apariciones de la psicopedagoga fueron esporádicas, era la del colegio. Me había llamado con anterioridad, pero digamos que se preocupó una vez que me escapé del colegio. Me insistía en realizar un tratamiento psicológico además del psiquiátrico. Lo consideré una idiotez, se lo comenté a mi psiquiatra y se mató de risa. Después le mandó un sobre con revistas de psicología y una entrada gratis a una conferencia de psicólogos, al mejor estilo de "primero aprendé y después hablá". Es un genio. Algún día voy a volver a visitarlo.
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