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Un día fui con mi mamá a la casa de la cual me había mudado hacía un par de meses para revisar las cosas que se habían quedado, guardar lo que sirviera y desechar lo que no. Entré al que era mi cuarto, revisé las hojas que quedaban en mi biblioteca y me encontré con un bloc de hojas canson de colores. Lo abrí para ver si quedaba alguna sin usar y me encontré con algo que había escrito hace tantos años que ya no recordaba haberlo hecho. Decía “mamá y papá se pelean a cada rato y no se qué hacer” y abajo había dibujado una carita llorando. Al verlo me sentí terriblemente mal porque en ese momento yo me entristecía siempre que ocurría algún problema en la familia pero me consolaba pensando que fui muy feliz al ser chica. En ese instante pensé que quizás nunca había sido realmente feliz y dudé que esa situación cambiara en el futuro porque ya habían transcurrido varios años y al parecer las cosas no solo no habían mejorado, sino que habían empeorado. Tuve pena de mí misma porque me pareció horrible que una chica que apenas había aprendido a escribir ya estuviera utilizando este recurso para desahogarse. Me largué a llorar y tiré el bloc a la basura. Sin embargo, mis propias palabras me perturbaron bastante durante los días siguientes.
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Cuando era más chica acostumbraba ir al restaurante de mis papás después de la escuela. Alguno de ellos me iba a buscar a la salida del colegio, me llevaba allá y me quedaba hasta la hora en que cerraban el negocio. Una noche, mi papá y una mesera salieron para guardar unas copas en el auto. Apenas habían atravesado la puerta cuando se escuchó un grito y el estrépito de las copas al chocar contra el suelo. Acto seguido, dos hombres armados se introdujeron en el local. Uno se acercó a mí, me apuntó con el arma que llevaba y aseguró que no me iba a suceder nada si le daban dinero. En ese instante me invadieron el miedo y la impotencia. Temí morir y no tener la posibilidad de pasar más tiempo con mis padres. Ellos entregaron todo lo que había en la caja registradora y afortunadamente los delincuentes no hicieron uso de las armas. Aún así, destrozaron el teléfono semipúblico instalado cerca a la barra y nos encerraron con llave. Después recordamos que había otro teléfono en el sótano, desde el cual llamamos a mi tío para que fuera a abrirnos y a la policía para efectuar la denuncia.
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