martes, 13 de diciembre de 2011

La trama

Hoy se me ocurrió algo gracioso. Me encantaría que este conjunto de palabras sin sentido permaneciera intacto en el tiempo. Algún día (se supone) ella me reprochará que no tengo idea de lo que siente. Y yo le responderé que sí, que a mí también me pasó. Pero no bastan solo palabras, algún tipo de evidencia es requerida. He aquí mi coartada, vos fijate si la evaluás.

P.D.: Te dejo con el amigo Borges.

*

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.

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