A veces me leo y me repito que debo dejar de escribir estupideces. Luego recuerdo que la estupidez es inherente a mi persona y que intentar deshacerme de ella es como pretender que los peces vuelen. Por cierto, me gusta cuando mis peces se ponen en lugares de la pecera que dan la ilusión de duplicarlos. Ahora tengo cuatro, pero en realidad son solo dos. Y a quién carajo le importa.
// Solo una vez pudo reírse de su contradicción y de volar como si fuera un pez que ahora camina cumpliendo una misión. Solo una vez pudo aguantarse de querer existir, logró burlarse del sentido común y de las cosas que no saben morir.
viernes, 23 de diciembre de 2011
martes, 13 de diciembre de 2011
La trama
Hoy se me ocurrió algo gracioso. Me encantaría que este conjunto de palabras sin sentido permaneciera intacto en el tiempo. Algún día (se supone) ella me reprochará que no tengo idea de lo que siente. Y yo le responderé que sí, que a mí también me pasó. Pero no bastan solo palabras, algún tipo de evidencia es requerida. He aquí mi coartada, vos fijate si la evaluás.
P.D.: Te dejo con el amigo Borges.
*
Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.
P.D.: Te dejo con el amigo Borges.
*
Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.
lunes, 12 de diciembre de 2011
La venganza de la vaca
Cuando dije que iba a volver no iba en serio, y nunca creí que fuese tan rápido. Pero ciertas situaciones lo ameritan, me siento obligada moralmente.
Ayer apenas había salido de mi casa cuando me percaté de que en la ventana de mi living había un libro. Me abalancé sobre él y lo hojeé. "Es una de esas cosas de liberación masiva de libros, tengo que leerlo" pensé. Ignorando la asquerosa condición en que se encontraba, lo guardé en mi cartera y seguí mi camino.
Debo confesar que al recogerlo, no pude evitar pensar que sería una porquería. Un título bizarro, un autor argentino, una vaca en la tapa... Pero no podía ignorarlo, estaba en la ventana. En mi ventana. En fin, una servilleta mojada de Starbucks me ayudó a mejorar sus condiciones y lo miré con un poco más de cariño... Lo cual no quita que lo haya leído con guantes, quién sabe cuánto tiempo estuvo esa cosa a la interperie (medio de obsesiva compulsiva, lo sé, pero no es frecuente en mí, no se preocupen).
Dos de la mañana, cagada de sueño. "Voy a empezarlo, que después no lo libero más". Parece que se me pasó un poquito la mano, hoy a la mañana ya lo había dejado en la calle. Era cortito igual...
Pese a no ser una maravilla de escritura, me encantó. Fueron la forma del relato y las lentas conexiones que uno gestaba y que no dejaban entender lúcidamente la trama hasta el final lo que lo hicieron especial. Comenzó el libro al mejor estilo Sidney Sheldon, con un evidente final al que uno no podía encontrarle claro sentido. A medida que avanzaba, la historia se tornaba un tanto trágica pero revelando cada vez detalles más ilusiorios, de fantasía. Casi enfilaba para una onda "La Metamorfosis", pero en vez de un bicho, con vacas. Eso me llevó otra vez a pensar que las pocas bases interesantes que tenía la novela se habían desvirtuado y que no iba a quedar conforme con el final. Sin embargo, en el momento en que lo terminé supe que me había equivocado. Todo tenía sentido, y terminó siendo (si bien con un toque fantástico) una historia que podría ser perfectamente verídica. Era como si de repente las hojas que lo componían se hubieran esfumado, como si todo se redujera al relato de un relato, o a un pensamiento fugaz. Ahí estaba, todo claro. Nuevamente leí la primer hoja. "Brillante".
Suerte al próximo lector... hoy cuando volví a casa ya se lo habían llevado.
Ayer apenas había salido de mi casa cuando me percaté de que en la ventana de mi living había un libro. Me abalancé sobre él y lo hojeé. "Es una de esas cosas de liberación masiva de libros, tengo que leerlo" pensé. Ignorando la asquerosa condición en que se encontraba, lo guardé en mi cartera y seguí mi camino.
Debo confesar que al recogerlo, no pude evitar pensar que sería una porquería. Un título bizarro, un autor argentino, una vaca en la tapa... Pero no podía ignorarlo, estaba en la ventana. En mi ventana. En fin, una servilleta mojada de Starbucks me ayudó a mejorar sus condiciones y lo miré con un poco más de cariño... Lo cual no quita que lo haya leído con guantes, quién sabe cuánto tiempo estuvo esa cosa a la interperie (medio de obsesiva compulsiva, lo sé, pero no es frecuente en mí, no se preocupen).
Dos de la mañana, cagada de sueño. "Voy a empezarlo, que después no lo libero más". Parece que se me pasó un poquito la mano, hoy a la mañana ya lo había dejado en la calle. Era cortito igual...
Pese a no ser una maravilla de escritura, me encantó. Fueron la forma del relato y las lentas conexiones que uno gestaba y que no dejaban entender lúcidamente la trama hasta el final lo que lo hicieron especial. Comenzó el libro al mejor estilo Sidney Sheldon, con un evidente final al que uno no podía encontrarle claro sentido. A medida que avanzaba, la historia se tornaba un tanto trágica pero revelando cada vez detalles más ilusiorios, de fantasía. Casi enfilaba para una onda "La Metamorfosis", pero en vez de un bicho, con vacas. Eso me llevó otra vez a pensar que las pocas bases interesantes que tenía la novela se habían desvirtuado y que no iba a quedar conforme con el final. Sin embargo, en el momento en que lo terminé supe que me había equivocado. Todo tenía sentido, y terminó siendo (si bien con un toque fantástico) una historia que podría ser perfectamente verídica. Era como si de repente las hojas que lo componían se hubieran esfumado, como si todo se redujera al relato de un relato, o a un pensamiento fugaz. Ahí estaba, todo claro. Nuevamente leí la primer hoja. "Brillante".
Suerte al próximo lector... hoy cuando volví a casa ya se lo habían llevado.
Etiquetas:
la venganza de la vaca,
libros,
sergio aguirre
domingo, 11 de diciembre de 2011
Patos de colores
Esto está más que abandonado, lo extraño a veces. Pero qué se yo, no tengo tanta inspiración, quizás estoy viviendo demasiado feliz. Incluso aunque esté haciendo terapia otra vez, pero fue sólo porque mi profesora de inglés insistió; cree que hay algo concreto en mí que es raíz de mis migrañas. Pff... No me voy a olvidar de ese día por un largo tiempo, jamás me había dolido tanto algo. Era no poder dormir, no poder hablar, no poder escuchar, no poder vivir por el dolor. Lo único que atinaba a hacer era llorar y producir atisbos de vómito. Horrible, solo eso. De la misma manera inconexa en que vine me voy, quién sabe si volveré. Seguro, a veces me agarra la loca.
P.D.: Entré a la UTN, ¡viva! (?)
P.D.: Entré a la UTN, ¡viva! (?)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)