viernes, 7 de diciembre de 2012

Frustración

Sí, me siento frustrada. No sólo por mi estado anímico y su poca estabilidad, también por querer expresarme y no ser siquiera capaz de hacerlo. Mi pensamiento es tan locuaz, y yo no puedo codificarlo en algo entendible para el resto de los seres humanos. Quizás los idiomas no fueron hechos para la gente como yo. Todo este conjunto de palabras, y todo lo que alguna vez hago, digo o escribo, son apenas pequeñas aproximaciones, mi mejor intento de reconstruir aquello que pasa por mi mente.
A veces me pregunto si soy una víctima de la extrema individualización de los tiempos modernos o si esas conjeturas no son más que un pase libre al egocentrismo desmedido de esta época. A veces no sé si soy demasiado inocente o demasiado corrupta. Lo que es seguro es que me encuentro como en la estratósfera, en un lugar fuera del intervalo donde se desarrolla y prospera la sociedad. O la masa. Y vaya que su sentido del progreso es hilarante. Y su sentido de sociedad.
Acá hay alguien preguntándose cómo huir de aquello que la absorbe y la consume. La existencia misma limita a la persona, ¿cómo es posible lograr la tranquilidad de quien cree que la felicidad está fuera de ella? ¡Bingo! No hay. No existe, es inalcanzable, kaputt. Te vas a morir llorando y lamentando no haberte ido antes. Si vos fueras como los demás harías pelotudeces y te divertirías. Y hasta te gustaria vivir, quizás. Y te gustaría esa entretención superflua, ese escape del pesar diario. Pero tu pesar es más grande y sabés que no se va a ir. Ni con un fernet, ni con un chongo, ni con una mansión en Miami. Y casi que te repugna esa gente, siendo tonta sí, pero siendo feliz. Y los envidiás, y te da bronca no haber nacido así. Pero te producen rechazo, porque vos, vos sos otra cosa. Vos naciste consciente de las limitaciones y de lo efimero del goce, no tenés ganas de tener que pasar por todas esas cosas, porque de cierta manera ya las viviste. No querés más de eso, querés alejarte. Pero al seguir por tu camino estás sola. Todos los demás están ahí, divirtiéndose, haciendo eso que vos no sabés bien como hacer: vivir.
Entonces llega gente queriendo ayudarte, e intentan que vayas a disfrutar con ellos. Pero no entienden. No entienden que vos no sos como ellos, y que simplemente te están haciendo peor. Y sufrís, porque deseás con todas tus fuerzas estar con ellos, porque lo único que te puede parecer importante en esta vida son las personas que querés.
Pero no podés, y llorás.
Y llorás.
Y llorás cada vez más.

Pues bien, precisamente es este hombre sencillo y espontáneo el que considero normal por excelencia, el hombre en que soñaba nuestra tierna madre naturaleza cuando nos puso amablemente sobre la tierra. Envidio a ese hombre. No niego que es tonto. Pero ¿qué saben ustedes de esto? Es posible que el hombre normal haya de ser tonto. Incluso es posible que sea hermoso. Y esta suposición me parece más justificada si observamos la antítesis del hombre normal, es decir, al hombre de conciencia refinada, al hombre salido no del seno de la naturaleza, sino de un alambique (esto es casi misticismo, señores, pero me siento inclinado hacia esta sospecha). Entonces vemos que este hombre alambicado se esfuma a veces ante su antítesis, hasta tal punto y cede tanto, que, a pesar de todo el refinamiento de su conciencia, llega a considerarse no más que como un ratoncito. Es quizás un ratoncito de extremada clarividencia, pero no por eso deja de ser un ratón y no un hombre, mientras que el otro es en verdad un hombre. En fin, lo peor es que él mismo se considera un ratón, ¡él mismo! Nadie pide que lo confiese. Es un detalle muy importante.