viernes, 6 de enero de 2012

¡Al fin libre! Oh, wait

Todo esto se está convirtiendo en un suplicio. Había olvidado ya lo que era. Esa sensación de vacío absoluto, de depresión permanente. Esto no me hace bien. Necesito hacer algo con mi vida, me miro y me doy entre asco y pena. Volví a ser una inútil. Volví a ser una nada en la sociedad. Me siento a mirar cómo se pasa el día, duermo, y repito el proceso. Tan deprimente. Me convertí en todo lo que siempre repudio. Encima no tengo ni gente con quien hablar y vengo acá a hablar sola. Ermitaña parezco, ¿qué es esto? No quiero ser y estoy destinada a seguir siendo. ¿Libertad? ¿De qué libertad me hablan? Estoy condenada, al igual que todos ustedes. Condenada a desvivirme para sentir que alguien me quiere o que soy útil para algo. Condenada a querer ser feliz y morir en el intento.

-Yo soy, tal vez, el último hombre verdaderamente libre. Desde luego soy el último con el que te encontrarás.
-Eso depende de cómo definas la libertad -replicó Jeffrey.
-¿De verdad? Dime una cosa, Jeffrey, tú que has conocido este mundo nuestro. ¿Acaso no perdemos parte de nuestra libertad cada minuto que pasa? Tanto es así que, para intentar aferrarnos a lo poco que nos queda, nos recluimos entre muros y sistemas de seguridad, o nos venimos a vivir aquí, en este nuevo estado, que pretende erigir muros por medio de normas y leyes. Nada de eso puede detenerme. No, su libertad es una ilusión. La mía es real.